Historia de los Hackers Españoles II
Hace un par de post, comentamos que empezaríamos una serie de entregas a lo largo de varias semanas, en las que trataríamos la épica historia de los hackers españoles, quienes durante la década de los ochenta y principios/mediados de los noventa, llegaron a ser considerados la élite mundial por su habilidad, calidad técnica y excelencia intelectual.
Dimos en nuestro primer post al respecto algunos nombres históricos como Glaucoma, Hispahack, LéCreme y muchos otros, tanto colectivos como individuales.
De todos ellos, o al menos de los míticos entre los míticos, hablaremos en artículos que les dedicaremos y en los que descubriremos algunas de sus más asombrosas hazañas. Pero hoy quería centrarme en los inicios de muchos de estos hackers españoles y que, sin duda, fue el caldo de cultivo de verdaderos especialistas en ingeniería inversa.
La ingeniería inversa en los juegos
Desproteger juegos fue, sin lugar a dudas, un hobby en un comienzo para muchos de aquellos veinteañeros que ya peinan algunas canas hoy en día, y se terminó convirtiendo en una auténtica disciplina en la que los hackers españoles crearon un antes y un después en los años ochenta.
Eran los años de los primeros y míticos juegos de ordenador (para Spectrum, Amstrad, Comodore…) en muchos casos grabados en cintas de cassette y que estos renegados se plantearon “romper” para poder copiar y vender mucho más baratos o, incluso, regalarlos.
Es interesante recordar que en los inicios de la etapa hacker y de la ética del pirateo de juegos de ordenador, el ánimo de lucro, ni estaba arraigado en estas mentes, ni era el motor por el que desarrollaban este trabajo de investigación quienes declararon la guerra de guerrillas a las empresas de software y a las comercializadoras de videojuegos.
Para aquellos primeros “salteadores”, disfrutar de un buen juego de ordenador implicaba, también, romper su seguridad interna, poder duplicarlo (crackearlo) y redistribuirlo o bien gratuitamente, o bien a un coste muy poco por encima del precio del cassette en el que se grababa.
Los “estudios clandestinos” de estos hackers no eran sofisticados: Eran oscuras habitaciones de chavales en sus propias casas, que pasaban noches enteras tratando de desblindar un juego para a la mañana siguiente, casi sin haber descansado, informar al resto del “equipo” de que la hazaña había sido lograda. El estímulo no era económico, sino puramente personal e intelectual.