Hace tiempo que algunos “gurús” de esos que hay por Internet, aseguran que las contraseñas tienen los días contados y que, en breve, las nuevas tecnologías de reconocimiento y seguridad (iris, huella dactilar, comandos de voz…) se encargarán de convertir la seguridad en algo más serio de lo que es hoy en día.
Pero ese “futuro” no termina de llegar, y por el contrario, lo que sí está universalizado es el acceso y protección de datos, tanto offline como online, por contraseña. A lo más, podemos ver que de vez en cuando (casos de Google, Microsoft, etc…) implementan protocolos de doble check para la contraseña. Es decir, que puedes emplear tu móvil para verificar, en un segundo paso, tu acceso por contraseña o su confirmación, pero poco más al respecto de la innovación en este sentido.
Todo lo anterior sumado a que el tema de la seguridad, los secuestros de información y datos, la encriptación delictiva de sistemas ajenos, los ataques por fuerza bruta y demás lindezas están a la orden del día, nos encontramos con un panorama cada día menos fiable en materia de seguridad personal de nuestra información, datos, contenidos y vida digital.
Así que se hacía indispensable hacer un post en el que nos encargásemos de dar las nociones necesarias, para todos (con cualquier nivel de formación y especialización) para ayudar a que cualquiera pueda implementar y crear la contraseña más segura, actualizable, memorizable y a la vez indescrifrable posible, para cuantos servicios, sistemas y procesos se puedan imaginar.
¿Cómo debe ser la contraseña perfecta?
Para empezar, debemos saber cómo ha de ser la contraseña más segura posible. Qué requisitos/características debe tener. Pues bien, toma nota mental, porque ha de ser así:
– Compleja, muy compleja: que no pueda ser descifrada por los llamados “ataques de diccionario” en la que un sistema potente compara todas las palabras posibles para ejecutar la apertura. Normalmente se utilizan las palabras que están en el diccionario así que cosas como colcreta que no existen son más “fuertes” que casa o amapolas.
– Alfanumérica: que contenga letras y números.
– Memorizable: que sea tan fácil de recordar por su legítimo dueño, como difícil o imposible de descubrir por terceras personas. Al fin y al cabo, la contraseña que se olvida no sirve de nada y, además, puede hasta perjudicar a quien la olvidó. Por supuesto, que no deba ser apuntada en ninguna parte para ser recordada. Esto no hace falta ni explicar por qué.
– Que no necesite ser recuperada: uno de los agujeros de seguridad más explotados para descubrir una contraseña, es el proceso de recuperación de la misma por parte de un tercero que se hace pasar por el legítimo dueño que la ha “olvidado”.
– Que nada tenga que ver con nosotros, a simple vista: es decir, nada del número del DNI, las fechas de nacimiento, los códigos postales, o las siglas de los nombres y apellidos…. Mejor aún, que ni las personas más cercanas y que mejor nos conocen pudieran imaginarla. Así de profunda debe ser una buena contraseña.
Podríamos mencionar otras características, pero si una contraseña recoge o cumple estos requisitos con garantías, ya podemos ir considerando que estamos bien protegidos.
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