Hoy nos centraremos en el aspecto social de nuestra forma de relacionarnos con la tecnología y el modo en que hemos admitido no pocas prácticas en nuestra vida digital (el modo en que usamos y nos desempeñamos día a día con la informática, las comunicaciones y la Red) y que consideraríamos invasivas, ilegítimas y lesivas si se tratara de cualquier otra área de nuestras vidas.
Quizá así, poniendo de manifiesto esta contradicción en sí misma, dentro de nuestros comportamientos digital y analógico, comprendamos un poco mejor los riesgos en los que incurrimos o en los que nos ponemos a nosotros mismos de manera constante y recurrente. Y es que nunca dejará de asombrarme el modo en que aceptamos en Internet, el uso de nuestros teléfonos móviles o el uso de las redes sociales, comportamientos que bajo ningún concepto permitiríamos ni llevaríamos a cabo con desconocidos en nuestras relaciones interpersonales, en nuestro trabajo o en nuestras comunicaciones NO digitales.
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Si hemos de comenzar con estas contradicciones, sin duda, la privacidad de nuestras comunicaciones e información personal se encuentran en los primeros puestos. No es sólo que regalemos en Redes Sociales de toda índole (con Facebook y Twitter a la cabeza), nuestra ubicación, usos, costumbres y datos íntimos, sino que, además, lo hacemos creyendo que es socialmente atractivo o que es “cool“.
A cualquiera de nosotros se nos llenaría la boca afirmando “¿Quién crees que eres para que yo te de explicaciones de con quién entro, con quien salgo o a dónde voy..?.” si un individuo quisiera saber más de la cuenta sobre nuestras amistades o costumbres. Sin embargo, y sin que nadie nos pregunte nada, colgamos toda esta información personal, con fotografías o vídeos ilustrativos, en nuestro muro de Facebook a cada paso, para que se entere, no un curioso o dos, sino decenas de personas (muchas de ellas desconocidas).
Jamás permitiríamos que un extraño tomara fotografías del día a día de nuestros hijos (y mucho menos si son menores de edad)… Pero no tenemos el menor rubor en hacerlas, compartirlas e incluso etiquetarlas nosotros mismos en Facebook o Twitter, o subir el vídeo gracioso del niño a Youtube como si ahí fuera no hubiera desconocidos o desaprensivos…
A todo ello sumamos detalles como dirección personal, fechas de nacimiento (a veces incluso teléfonos personales, bien conscientemente, bien por desconocimiento de las normas de privacidad de las propias redes sociales y de qué está o no visible en nuestro “perfil”), nuestro currículum vitae, experiencias profesionales y personales, viajes, ubicaciones y hasta trayectos seguidos… En fin, todo lo que jamás informaríamos ni compartiríamos cara a cara con nadie, lo hacemos público para cientos de personas y de manera perenne en la Red a cada paso.
A nadie le daríamos una copia de la llave de nuestros buzones, ni permiso para leer nuestra correspondencia entrante. Muchísimo menos facilitaríamos permisos para que desconocidos pudieran leer nuestras cartas salientes o lo que escribimos en nuestros diarios personales o cuadernos de casa…
Pero, sin tener que hacer nada de esto, resulta que todo lo que tecleamos en nuestros ordenadores con Windows, queda registrado en el correspondiente archivo keylogger (o de grabación de tecleo) y en remitido a Microsoft por defecto en no pocas versiones de este Sistema Operativo, sin que lo conozcamos ni lo evitemos. Mucha más información al respecto en este otro artículo nuestro aquí en Somos Binarios: ¿Un keylogger en Windows 10?
De igual modo, recientemente ha saltado la noticia de que la propia Evernote ha confirmado que cualquiera de sus trabajadores tiene acceso y puede leer las notas privadas o lo almacenado en las cuentas de cualquiera de sus millones de usuarios. No tienes más que buscar en Google para comprobar esta noticia que no tiene más de unos días….
Es decir, que nuestro almacenamiento en la nube, nuestros diarios personales, los correos electrónicos que escribimos y cualquier otra documentación o comunicación que llevamos a cabo desde el teclado de nuestros PCs está al alcance de terceros que no conocemos y que no nos conocen… Es decir, justamente el tipo de personas con las que no compartiríamos jamás nada en nuestro día a día “real”.
En otra categoría paralela de “todo lo que jamás haríamos, ni permitiríamos en persona”, tenemos que encuadrar los permisos que concedemos a aplicaciones, software de escritorio, Licencias de Usuario en Redes Sociales o cuentas de email gratuitas, etc…
Con las prisas y las ganas de empezar cuanto antes a utilizar nuestra nueva y flamante cuenta de Facebook, Gmail o Twitter, no hemos leído las Condiciones del Servicio. Directamente hemos “aceptado” por eliminación todo ese largo texto de descargos legales y permisos que concedemos para poder empezar a gozar de sus ventajas y atractivos. Tampoco es que sirva de mucho porque, como ya sabrán los que hace tiempo que usan redes sociales y cuentas de email gratuitas, estas “Condiciones del Servicio” suelen cambiar de manera unilateral por parte de estas compañías que, como mucho, nos remiten un email informándonos que “donde dijimos digo, ahora decimos Diego” y que las condiciones han sido modificadas… Apuesto a que tampoco has leído nunca los términos de estos cambios, cuando se te han enviado estos emails por parte de Google, Facebook, Twitter, Instagram etc…
¿Imaginas firmar un contrato con alguien para cualquier asunto (comprar un coche, adquirir una tarjeta de crédito, alquilar una vivienda…?) Y que al cabo de algunos meses recibieras por parte del otro firmante una carta en la que se te dice que, él y sólo él, ha decidido cambiar las condiciones de lo acordado y que a partir de ese momento han cambiado dichas condiciones pero que tú sigues obligado a cumplir lo que quiera que haya modificado?. Sería inaceptable, ¿no es cierto?. Pondríamos el grito en el cielo, en cualquier caso de nuestra vida cotidiana en que sucediera… Pero ocurre constatemente y lo aceptamos en nuestra vida “digital” y en los servicios que utilizamos en Internet.
Pero todo lo anterior no tiene ni punto de comparación con el sector de las aplicaciones para nuestros teléfonos móviles (ya sean Android o Iphones). Una de las citas que más me ha gustado en materia informática y de seguridad, se la debemos al señor MacAfee (el creador y expresidente de la gran compañía de antivirus que lleva su nombre). El bueno de MacAfee decía en una entrevista no hace mucho tiempo: “¿Para qué necesita una aplicación de linterna tener acceso a mi ubicación y mis contactos?” Gran pregunta y mejor mensaje a navegantes ¿verdad?.
Y es que cualquier juego, cualquier app insustancial de las que nos bajamos “para probarla”, (especialmente las gratuitas, pero sin que se salven las de pago)… Incluyen y exigen unas “condiciones de uso” y unos “permisos” antes de su instalación que, sinceramente, nos disuadirían a todos de descargarla y mucho menos instalarlas en nuestros terminales… Si las conociéramos o si nos hubiésemos alguna vez parado a leerlas.
Con todo lo anterior quiero decir que el principal peligro para nuestra seguridad, nuestras comunicaciones y nuestra privacidad somos nosotros mismos. A diario, a cada paso, por inconsciencia o por negligencia, se lo ponemos demasiado fácil a terceros para saberlo todo de nosotros. Después pedimos (no, exigimos) PRIVACIDAD, pero nosotros mismos la regalamos a cada instante en internet, redes sociales, utilización irracional de aplicaciones en nuestros móviles o en nuestros ordenadores…
Debemos, cada día es más urgente, detenernos a pensar si lo que estamos a punto de hacer frente a nuestro ordenador, lo haríamos en nuestra vida real y material. Si le daríamos esa información al primero con el que nos cruzásemos en una cafetería; Si regalaríamos este o aquel dato a cualquier desconocido en la calle; Si informaríamos de nuestro viaje, familia, ubicación o costumbres colocando un anuncio en la prensa diaria de nuestra ciudad…
Si la respuesta a cualquiera de estas preguntas es NO, entonces, eso que estamos a punto de publicar, compartir retuitear, etiquetar o escribir en la Red, no debería hacerse. Por nuestro propio bien. Y, además, es algo que tenemos la obligación de enseñar a los más jóvenes y que con menos cabeza usan todos estos servicios y aplicaciones gratuitas.
Como siempre solemos decir desde este rincón de Somos Binarios: “La mejor línea de defensa es siempre el sentido común”. Usémoslo más frecuentemente y no hagamos en la Red lo que no haríamos en nuestro día a día frente a desconocidos en la calle.
Saludos a tod@s.
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