Continuando con nuestros post de “historia” de los hackers nacionales que durante la década de los 80 y de los 90 marcaron un hito en cuanto a calidad intelectual y habilidad técnica a nivel internacional, hacemos hoy un breve repaso a algunas de sus más grandes “víctimas” de aquellos días.
Como hemos mencionado en las entradas anteriores relacionadas con estos inicios de lo que más tarde se conocería como la generación de la piratería española (muy mal llamada así, por cierto), estos adolescentes que aprendieron código partiendo de los manuales básicos que acompañaban a sus Spectrum 48, 64 y 128 K, o de sus Amstrad y Comodores, practicaron sus recién adquiridos conocimientos de la única forma que podían. Saltándose algunas normas.
La innovación, el descubrimiento y el ingenio debían ponerse a prueba y las formas más cercanas y baratas (estos jóvenes siempre andaban cortos de liquidez) eran elementales:
Más tarde, los propios ingenieros de Telefónica de España, solicitó los servicios de algunos de aquellos jóvenes expertos que tantas veces habían burlado sus sistemas, para tratar de mejorar dichas infraestructuras. Ya se sabe: “si no puedes con tu enemigo, únete a él”.
Pero, no quedaron ahí los “damnificados” por estas primeras aventuras de los chicos de los ordenadores. Las universidades españolas (que fueron las primeras instituciones que contaron con conexión a una rudimentaria internet, sólo para profesores, por supuesto) padecieron los ingenios de quienes empleaban la ingeniería social (vigilar atentamente por encima del hombro las claves que algún despistado profesor tecleaba en el terminal de acceso de la biblioteca) para posteriormente sentarse frente a la pantalla y no sólo conectarse a la Red, sino dejar insertado un breve código en el servidor correspondiente que les permitía posteriores incursiones e incluso redireccionamientos desde su casa.
Así las facturas telefónicas no reflejaban las horas que estos chicos pasaban saltando de nodo en nodo, partiendo de alguna biblioteca u olvidado departamento en alguna universidad española, para desde ahí, pasar noches enteras en salas de IRCs que ellos mismos creaban y donde compartían conocimientos, código, claves de acceso y demás “material sensible”.
También de este modo, la industria del juego descubrió en los ochenta lo que hoy en día ya saben las discográficas y las grandes productoras y estudios de Hollywood. Que no hay sistema anticopia que pueda evitar la duplicación y visionado de contenidos con copyright. (Que se lo cuenten a Sony, que la semana pasada padeció el mayor ataque hacker de su historia, habiéndose filtrado contenidos, películas no estrenadas y datos personales de actores de primer nivel… entre otras lindezas que se anuncian.)
Pero todo lo que hoy acontece a nivel de seguridad informática, hacking y cracking procede (y, en no pocos casos, se basa en los mismos principios) que lo que aquellos expertos de la ingeniería inversa de los ochenta, comenzaron a imaginar, aunque con muy distintos fines.
Aquellos chicos sólo querían jugar, aprender y compartir lo que descubrían, con más inocencia que maldad, pero con un innegable talento.
Los crackers y delincuentes informáticos de nuestros días forman bootnets encaminadas a robar dinero de cuentas bancarias, explotar la minería de Bitcoins, o capturar la información sensible y privada de personas, personalidades y empresas, para después extorsionar a sus legítimos dueños.
Muchas cosas han cambiado. Yo, personalmente, me quedo con los orígenes del movimiento hacker español que marcó un antes y un después a nivel internacional por su calidad, su ingenuidad, y su desarrollada sofisticación técnica.
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