Por primera vez en la historia un terminal informático (más concretamente, un software de inteligencia artificial ejecutado en él) consiguió superar el Test de Turing. Uno de los mayores hitos tecnológicos de esta década, que no ha tenido la repercusión que debería en los medios de comunicación.
El Test de Turing (denominado así por haber sido desarrollado por su creador, Alan Turing, el padre de la informática, primero mecánica y luego analógica, así como el no menos padre del criptoanálisis que hizo saltar por los aires las comunicaciones blindadas de los nazis en la Segunda Guerra Mundial) fue creado con un único propósito: determinar cuándo llegaría la tecnología y la inteligencia artificial inherente a ella, a igualar, o cuanto menos a confundir, a la inteligencia del ser humano.
Es una prueba en la que un determinado número de evaluadores situados en una habitación inconexa con la que ocupa un terminal informático con el software IA instalado, mantienen una conversación con dicho software mediante registros de entrada y salida (teclado, pantalla, voz) para comprobar la capacidad de dicho software de responder e interactuar como lo haría una persona de carne y hueso.
Si más del 30% de los evaluadores, al terminar la prueba, constatan y declaran que no han tenido forma de saber si trataban con un ser humano o con una máquina, dicho software habría pasado el Tet de Turing.
Durante décadas lo han intentado los más avanzados ingenieros con sus respectivos proyectos; grandes corporaciones como IBM han dedicado recursos ingentes en materia de Inteligencia Artificial y tratado de pasar dicho test, sin éxito alguno.
También hackers, expertos en ingeniería inversa, desarrolladores especializados… y nada. Ninguno de sus programas eran capaces de mantener el tipo y “engañar” o confundir a los evaluadores, perdiendo rápidamente la capacidad de responder, sostener la conversación de manera coherente, o directamente, quedándose en la cuneta tras unos minutos de conversación e interactuación humana.
Pero, como hemos dicho, hace unas semanas, un especialista ruso ha logrado que su software pasara el test.
No importa aquí ni ahora, las características del programa o los pormenores de la prueba y de cómo la superó. Lo que verdaderamente importa es que, sin grandes recursos, sin laboratorios bien financiados detrás y sin legiones de ingenieros, una sola persona ha sido capaz de crear inteligencia artificial. Y eso marca un punto de inflexión en la evolución humana.
Ha llegado el momento en que el hombre logró crear procesos de pensamiento artificiales que lograron, cuanto menos, confundir a los seres humanos hasta el punto de no poder distinguir si detrás de esas respuestas había una máquina u otra persona.
A partir de ahí, el potencial y los peligros están servidos. ¿Cómo evolucionará esta industria?; ¿Cómo se regulará?; ¿Se nos podría ir de las manos?; ¿Será cierto que no pocas profecías, relatos de (hasta hace unas semanas) Ciencia Ficción, podrían volverse realidad?… ¿O contaremos con un aliado digital, otro “ser” pensante que sea capaz de asistirnos y mejorarnos en cuantos aspectos de la vida precisan de talento, potencia de procesamiento, procesos mentales añadidos y demás capacidades?.
Incluso aceptando todas las bondades de la Inteligencia Artificial a corto y medio plazo, siempre nos quedará una pregunta en el tintero. Una pregunta tan dogmática como amenazante: ¿Cuánto tardaría una nueva Inteligencia (basada en el silicio y no en el carbono como el ser humano) en determinar que la otra especie (nosotros) es inferior o que evoluciona de manera errónea, y que es necesario combatirla?.
Ah!… Y una cosa más: ¿Cómo se comportará un software de Inteligencia Artificial avanzada afectado por otro software vírico?.
En fin, preguntas sin fundamento, seguro… O no.
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